viernes, 15 de mayo de 2015

Comentario de Ortega. Texto 7º.


b).- Exponga la temática del texto (líneas 277-288).

En este fragmento, perteneciente a la obra “El tema de nuestro tiempo” (1923), y más en concreto al final del capítulo “La doctrina del punto de vista”, Ortega plantea la diferente función que concede a Dios de la que le conceden los racionalistas. Para ello acude a un racionalista como Malebranche. Este filósofo viene a decir que el único conocimiento de las cosas digno de tenerse en cuenta es aquel que tenemos por su idea. En Dios están las ideas como arquetipos de las cosas. Luego, conocer las cosas por su idea es conocerlas al modo divino, o sea, conocerlas en Dios. El planteamiento de Ortega es exactamente el contrario: es Dios el que conoce las cosas al modo humano. La perspectiva divina no es sino a perspectiva humana, mejor dicho, la suma de perspectivas humanas.

El final del capítulo, que coincide con el del libro, termina con una llamada a la autenticidad, a ser nosotros mismos, que consiste en tomar conciencia de la circunstancia que nos ha tocado vivir, ser fiel a la vida, a nuestra vida. Esta autenticidad se consigue usando el pensamiento para comprender lo que nos rodea y asumiendo la responsabilidad que el momento histórico nos ha tocado vivir nos exige. El pensamiento no es algo previo a la vida, sino posterior a ella, derivado de ella. Surge en el ser humano como una necesidad vital, que es la de entender y resolver los problemas que nos plantea la circunstancia. El pensamiento no es algo definitivo, sino que el ser humano ha ido desarrollando poco a poco y con esfuerzo. Introducir la vida en la razón, comprender la importancia de la razón para la vida es “el tema de nuestra tiempo”.


c).- Justificación desde la posición filosófica del autor.

La antinomia o contraposición entre razón (cultura) y vida habían sido planteadas por el racionalismo, que niega la vida, y por el relativismo, que niega el valor objetivo de la cultura. Para Ortega, estas posiciones no son admisibles: el racionalismo (que cae en la misma equivocación que el realismo) trata las ideas como identidades, es decir, como naturalezas, perennemente constituidas, como cosas. Cuando el racionalismo se ve obligado a reconocer que una cosa existe porque depende de mí (dependencia del sujeto, que, junto a la tesis de la supremacía de la conciencia, hace del idealismo un subjetivismo), añade un razonamiento de corte realista: su realidad es algo  independiente. Pero ahora lo independiente es mi pensamiento, el sujeto pensante cartesiano, que además se interpreta como res cogitans, como una cosa que piensa. Es decir, el idealismo mantiene la tesis realista al interpretar la conciencia y el yo como una cosa, todo lo importante que se quiera, pero cosa. También es falso hablar de la “naturaleza humana” como hace el realismo. La razón realista (un conocimiento basado en magnitudes físico-matemáticas) nada tiene que decir sobre el ser humano, porque la vida humana no es una cosa, y por eso, no tiene naturaleza, sino que tiene historia.

Por otro lado, el relativismo sostiene que el sujeto presenta una visión deformada de la realidad. Pero el ser viviente, el sujeto, ni es un medio transparente, un yo “puro” y aislado ni deforma la realidad cuando la percibe, sino que selecciona entre la realidad que le circunda aquellas cosas que puede captar. La relacionalidad de la naturaleza con respecto a intelecto no tiene realidad, a su vez, considerado aparte (error de todo idealismo), salvo funcionando en una vida humana. Tanto la naturaleza como el intelecto son relativizados por la única realidad radical, que es la misma vida humana. La realidad radical no es la conciencia, el sujeto, como creía el idealista o racionalista en contra del realista, sino la vida, que incluye, además del sujeto, el mundo…



Comentario de Ortega. Texto 6º.




1.- Exponga la temática del texto (líneas 225-243).

En este fragmento, perteneciente a la obra “El tema de nuestro tiempo” (1923), y más en concreto al capítulo “La doctrina del punto de vista”, Ortega se pregunta sobre el atractivo que nos plantean las filosofías del pasado. Destaca tres rasgos: 1) su esquematismo, o sea, el uso de un planteamiento rígido y poco complejo, que se aplica reiteradamente a la solución de todos los problemas, cuando, en verdad, no todos los problemas pueden resolverse de la misma manera; 2) la pretensión de conocer toda la verdad, o al menos de que es posible conocerla en su totalidad; y 3)la creencia en que todas las soluciones o respuestas que ofrecen son definitivas, no tienen por qué cambiar. Estos tres rasgos explican que las filosofías del pasado se nos muestren más como un conjunto de respuestas que como un conjunto de problemas, porque previamente ellas han cerrado el límite de su mundo.

Para superar esta concepción primitivista de la filosofía, Ortega introduce una distinción entre mundo y horizonte. Cada corriente o sistema filosófico del pasado había establecido su propio mundo. Constituido por un conjunto determinado de problemas y respuestas. Como cada sistema filosófico se presentaba con carácter definitivo, el mundo de cuestiones que lo constituía también adquiría carácter definitivo, sin caer en la cuenta  de que ese mundo era el resultado de la perspectiva del sujeto o sujetos que lo habían elaborado. Las filosofías del pasado, o no habían tomado conciencia de la importancia del sujeto en la comprensión de la realidad (realismo), o habían supuesto un sujeto un sujeto universal y abstracto (racionalismo). Pero ese sujeto universal no existe, es una ficción, una “utopía”, y por tanto,  tampoco puede admitirse el mundo cerrado y fijo que ellas establecían. El mundo cambia tanto como la perspectiva de cada sujeto y es tan abierto como plurales y múltiples son las perspectivas de los diversos sujetos.  Por ello propone Ortega que el mundo se transforme en horizonte. A diferencia de aquel, este no tiene un contorno invariable, sino depende  del lugar (tópos) en que se sitúe el sujeto. Según el lugar en que se encuentre  el sujeto, así será se horizonte.

2.- Justificación desde la posición filosófica del autor.

Para Ortega, el racionalismo y el realismo  caen en la misma equivocación: tratar las cosas o las ideas como identidades, es decir, como naturalezas, perennemente constituidas. Cuando el racionalismo se ve obligado a reconocer que una cosa existe porque depende de mí (dependencia del sujeto, que, junto a la tesis de la supremacía de la conciencia, hace del idealismo un subjetivismo), añade un razonamiento de corte realista: su realidad es algo  independiente. Pero ahora lo independiente es mi pensamiento, el sujeto pensante cartesiano, que además se interpreta como res cogitans, como una cosa que piensa. Es decir, el idealismo mantiene además la tesis realista al interpretar la conciencia y el yo como una cosa, todo lo importante que se quiera, pero cosa. Pero el ser humano no es una cosa; y también es falso hablar de la “naturaleza humana” como hace el realismo, por lo que la razón realista (un conocimiento basado en magnitudes físico-matemáticas) nada tiene que decir sobre el ser humano. La vida humana no es una cosa, y por eso, no tiene naturaleza, sino que tiene historia.

Por otro lado, el relativismo sostiene que el sujeto presenta una visión deformada de la realidad. Pero el ser viviente, el sujeto, ni es un medio transparente, un yo “puro” y aislado ni deforma la realidad cuando la percibe, sino que selecciona entre la realidad que le circunda aquellas cosas que puede captar. La relacionalidad de la naturaleza con respecto a intelecto no tiene realidad, a su vez, considerado aparte (error de todo idealismo o racionalismo), salvo funcionando en una vida humana. Tanto la naturaleza como el intelecto son relativizados por la única realidad radical, que es la misma vida humana. La realidad radical no es la conciencia, el sujeto, como creía el idealista o racionalista en contra del realista, sino la vida, que incluye, además del sujeto, el mundo.

La realidad radical es, pues, nuestra vida, la de cada uno en particular….


Comentario de Ortega. Texto 5º.



1.- Exponga la temática del texto (líneas 155-163).


En este fragmento, perteneciente a la obra “El tema de nuestro tiempo” (1923), y más en concreto al capítulo “La doctrina del punto de vista”, Ortega plantea el carácter perspectivista de la realidad y del conocimiento. Ortega pone de manifiesto la diferencia entre su teoría del conocimiento, el carácter vital de su teoría (raciovitalismo) y la teoría del conocimiento racionalista, sustituyendo el sujeto universal y abstracto del racionalismo por una razón vital, concreta, individual, que forma parte de la vida. Y por vida entiende, no solo la vida de cada persona, sino también la de un pueblo o una época. Las tres (persona, pueblo, época) son vidas individuales, porque son totalidades indivisibles, aunque tienen un grado creciente de amplitud. En la vida reside la verdad. Hacer esa afirmación puede parecer contradictorio, pero no lo es. Todo conocimiento verdadero es conocimiento desde una perspectiva. Si no tenemos en cuenta otra perspectiva, que es lo que se suele hacer en un primer momento, o sea, mientras la formulamos, la verdad es inmutable. Si dentro de la misma perspectiva afirmáramos cosas distintas, incurriríamos en falsedad. El problema es que hay diversas perspectivas, porque la realidad cambia, se desarrolla. Como en cada perspectiva hay un trozo de verdad, esa verdad que se nos presentaba como inmutable tiene que complementarse con otra u otras. La complementariedad de unas verdades con otras lleva a una unificación progresiva. Y en esa unificación progresiva consiste la “omnímoda” verdad, que solo podemos alcanzar poco a poco, paulatinamente, a través de la historia.

El “error inveterado” del realismo ingenuo y del idealismo es que existe una realidad independiente del sujeto. Ambos tratan las cosas o las ideas como identidades, es decir, como naturalezas, perennemente constituidas. Cuando el racionalismo se ve obligado a reconocer que una cosa existe porque depende de mí (dependencia del sujeto, que, junto a la tesis de la supremacía de la conciencia, hace del idealismo un subjetivismo), añade un razonamiento de corte realista: su realidad es algo  independiente. Pero ahora lo independiente es mi pensamiento, el sujeto pensante cartesiano, que además se interpreta como res cogitans, como una cosa que piensa. Es decir, el idealismo mantiene además la tesis realista al interpretar la conciencia y el yo como una cosa, todo lo importante que se quiera, pero cosa. Pero el ser humano no es una cosa; es falso hablar de la “naturaleza humana”. La vida humana no es una cosa, y por eso, no tiene naturaleza, sino que tiene historia.

2.- Justificación desde la posición filosófica del autor.

Por otro lado, el relativismo sostiene que el sujeto presenta una visión deformada de la realidad. Pero el ser viviente, el sujeto, ni es un medio transparente, un yo “puro” y aislado ni deforma la realidad cuando la percibe, sino que selecciona entre la realidad que le circunda aquellas cosas que puede captar. La relacionalidad de la naturaleza con respecto a intelecto no tiene realidad, a su vez, considerado aparte (error de todo idealismo), salvo funcionando en una vida humana. Tanto la naturaleza como el intelecto son relativizados por la única realidad radical, que es la misma vida humana. La realidad radical no es la conciencia, el sujeto, como creía el idealista o racionalista en contra del realista, sino la vida, que incluye, además del sujeto, el mundo.


La realidad radical es, pues, nuestra vida, la de cada uno en particular. El pensamiento es un fragmento de un sujeto determinado que, sencillamente, vive. El ser definitivo del mundo no es materia ni alma, sino una perspectiva. La perspectiva es una condición gnoseológica de lo real, puesto que la estructura de la realidad sólo se nos presenta desde distintos puntos de vista (como dice Ortega en este fragmento) que, a su vez, necesitan integrarse en múltiples, caras o facetas. La perspectiva, a pesar de ser única e intransferible, no aspira en modo alguno a absolutizar el mundo, sino que, como sabe que el mundo es precisamente una pluralidad de perspectivas, sólo se considera un punto de vista más.....

martes, 12 de mayo de 2015

Comentario de Ortega. Texto 4º.



Comentario de un texto de Ortega (IV).


1.- Exponga la temática del texto (líneas 86-102).

En este fragmento, perteneciente a la obra “El tema de nuestro tiempo” (1923), y más en concreto al capítulo “La doctrina del punto de vista”, Ortega traslada la comparación de los umbrales al sujeto humano. Lo mismo que los sentidos tienen unos umbrales fisiológicos, el sujeto humano tiene un umbral histórico. Ese umbral histórico es su estructura psíquica. Cada individuo está situado en una época histórica y ve la realidad desde su umbral histórico. Es este el que le permite percibir algunas verdades e ignorar otras, el que limita su capacidad de comprensión. Hay épocas históricas especialmente sensibles para algunos asuntos y terriblemente insensibles para otros. La mayor preocupación por unos asuntos y su indiferencia ante otros depende, en el individuo, de su estructura psíquica, y, en los pueblos, de su “alma típica”, que no es sino el trasunto social e histórico de aquella. Hay una equivalencia entre la estructura psíquica individual y el alma típica histórica, entre las retículas individuales y las retículas históricas, que cambian con cada pueblo y con cada época.
           
De lo anterior se deduce que la verdad es algo compartido históricamente. Es muy frecuente en la historia del pensamiento que una época descalifique a la que le ha precedido, porque el conjunto de verdades que ahora conoce difiere de las que la época anterior ha defendido. Esto sucede porque la crítica realizada se ha referido siempre a la realidad, a las verdades que se dice poseer, y no al sujeto ni a la estructura (histórica) del sujeto que las posee. Si nos fijamos en este, habrá tantas percepciones diferentes de la verdad como sujetos históricos distintos, de tal manera que cada sujeto histórico, o sea, cada “alma típica” tendrá su parte correspondiente de verdad, sin que ninguno o ninguna pueda abarcarla en su totalidad.
           
En la reflexión de Ortega se combinan dos imágenes de la verdad: la espacial y la temporal. Ortega empieza por la imagen espacial comparando la verdad con un conjunto dividido en partes (una especie de “tarta veritativa”). A cada época le corresponde su  parte, su “porción” de verdad. Pero esta imagen es insuficiente y tiene que completarse con la temporal. La porción de verdad que le corresponde a cada época es una porción temporal. Significa que esa época solo tiene una porción, frente a la coexistencia posible de varias o todas las porciones en la imagen espacial; y que esa porción es de índole cualitativamente distinta de las anteriores, frente a la homogeneidad que es posible en la imagen espacial. La confusión, o, si se quiere, la reducción de la imagen temporal a la espacial es la raíz del error del racionalismo. Si la verdad es una especie de “tarta” dividida en porciones, ¿por qué contentarse con una de ellas? ¿Por qué no poseer la totalidad de las partes? Para hacerlo, necesita saltarse la “serie histórica” de las porciones; y eso solo es posible prescindiendo, abstrayendo de la historia. Por eso, la búsqueda racionalista de una verdad absoluta termina en una verdad abstracta, y el sujeto que la busca en un ente abstracto, que carece de existencia.


2.- Justificación desde la posición filosófica del autor.

Para Ortega, el racionalismo cae en la misma equivocación que el realismo: tratar las cosas o las ideas como identidades, es decir, como naturalezas, perennemente constituidas. Cuando el racionalismo se ve obligado a reconocer que una cosa existe porque depende de mí (dependencia del sujeto, que, junto a la tesis de la supremacía de la conciencia, hace del idealismo un subjetivismo), añade un razonamiento de corte realista: su realidad es algo  independiente. Pero ahora lo independiente es mi pensamiento, el sujeto pensante cartesiano, que además se interpreta como res cogitans, como una cosa que piensa. Es decir, el idealismo mantiene además la tesis realista al interpretar la conciencia y el yo como una cosa, todo lo importante que se quiera, pero cosa. Pero el ser humano no es una cosa; y también es falso hablar de la “naturaleza humana” como hace el realismo, por lo que la razón realista (un conocimiento basado en magnitudes físico-matemáticas) nada tiene que decir sobre el ser humano. La vida humana no es una cosa, y por eso, no tiene naturaleza, sino que tiene historia.

Por otro lado, el relativismo sostiene que el sujeto presenta una visión deformada de la realidad. Pero el ser viviente, el sujeto, ni es un medio transparente, un yo “puro” y aislado ni deforma la realidad cuando la percibe, sino que selecciona entre la realidad que le circunda aquellas cosas que puede captar. La relacionalidad de la naturaleza con respecto a intelecto no tiene realidad, a su vez, considerado aparte (error de todo idealismo), salvo funcionando en una vida humana. Tanto la naturaleza como el intelecto son relativizados por la única realidad radical, que es la misma vida humana. La realidad radical no es la conciencia, el sujeto, como creía el idealista o racionalista en contra del realista, sino la vida, que incluye, además del sujeto, el mundo.

La realidad radical es, pues, nuestra vida, la de cada uno en particular. El pensamiento es un fragmento de un sujeto determinado que, sencillamente, vive. El ser definitivo del mundo no es materia ni alma, sino una perspectiva. La perspectiva es una condición gnoseológica de lo real, puesto que la estructura de la realidad sólo se nos presenta desde distintos puntos de vista que, a su vez, necesitan integrarse en múltiples, caras o facetas. La perspectiva, a pesar de ser única e intransferible, no aspira en modo alguno a absolutizar el mundo, sino que, como sabe que el mundo es precisamente una pluralidad de perspectivas, sólo se considera un punto de vista más.

La única forma de acercarse a la realidad del mundo será multiplicando los puntos de vista y asumiendo esa irreductible multiplicidad. Pero la perspectiva, tomada así, abstractamente (como advierte Ortega en este fragmento), sería tan absurda como el planteamiento idealista sobre el ser. La perspectiva se encuentra emparentada con una determinada circunstancia, que no es más que nuestra propia situación en el mundo, lo que nos limita. No se trata de una circunstancia biológica, sino humana y, sobre todo, histórica. Por eso, ninguna época o pueblo puede pretender poseer la verdad entera, la verdad absoluta, como señala en el fragmento. Ortega afirma que somos esencialmente circunstanciales.

Pero junto a la circunstancia y la perspectiva aparece otra realidad irrefutable: el yo. El yo no es un ingrediente más de la circunstancia, sino que dentro de ella actúo y elaboro mi proyecto humano. La circunstancia por sí sola no es nada, solo adquiere consistencia y radicalidad cuando la emparentamos con el sujeto que la vive. Es el personaje el que confiere carácter de mundo a lo que, sin él, no sería otra cosa que naturaleza. Mi vida es la realidad radical.

De la realidad radical que es la vida forma parte de un modo esencial no solo el yo, el sujeto, sino también, y no menos esencialmente, el mundo. Esa co-existencia y co-pertenencia entre yo y mundo, entre yo y circunstancia, la expresa Ortega con su tesis “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”.

Si la vida es la nueva realidad radical, Ortega se propone buscar los conceptos o categorías (no sirven los de la filosofía tradicional) que describan el vivir en su exclusiva peculiaridad: Así, todo vivir es vivirse, sentirse vivir, saberse existiendo. Significa esa singular presencia que la vida de cada uno tiene para sí misma. Vivir es encontrarse en el mundo; ocupados en algo, pues vivir es convivir con una circunstancia. Ocupado en algo para algo; por tanto, para una finalidad. Vida es anticipación y proyecto, dentro de una circunstancia, que ofrece posibilidades (libertad) y que nos limita. Por último, la temporeidad: la sustancia de la vida es el tiempo, el cambio. Y esa consistencia temporal de la realidad humana nos obliga a desnaturalizar los conceptos referentes a la vida humana para someterlos a una radical historización. Toda noción referente a la vida humana es función del tiempo histórico.

Ortega no va contra la razón, sino, como vemos en el texto que comentamos, contra el racionalismo, y no por lo que tiene de razón, sino por sus separación y abstracción de la experiencia de la vida y de la historia. Esta irracionalidad desaparece si radicamos esa razón pura en la razón vital. Por eso la actitud filosófica de Ortega se denomina raciovitalismo. Pero esta razón vital aparece realizada en la vida del ser humano; se concretiza, por tanto, en razón histórica. Pero no se trata de dos razones distintas, sino que la razón vital –en su exigencia de explicar la vida del individuo y de los pueblos y naciones- es, a la vez, razón histórica, porque la vida es temporeidad y, en consecuencia, comprende la realidad en su devenir. 

Desde el ángulo de la razón histórica, el ser humano se da cuenta que es un proyecto inacabable, comprende que la vida es ir descubriendo nuevos horizontes. Por ello, la óptica de la razón histórica ha de ser móvil, como la realidad que trata de aprehender. Esto se logra viviendo y reviviendo continuamente esa realidad, esto es, siendo una razón viviente.

domingo, 10 de mayo de 2015

Comentario de Ortega. Texto 3º.




Comentario de un texto de Ortega (III).


1.- Exponga la temática del texto (líneas 58-85)

En este fragmento, perteneciente a la obra “El tema de nuestro tiempo” (1923), y más en concreto al capítulo “La doctrina del punto de vista”, Ortega continua con la crítica al racionalismo y al relativismo. Ortega añade a la imagen de “medio transparente”  la noción de “yo puro”, procedente de la tradición kantiana, para resaltar su carácter universal y su aislamiento de la experiencia, siempre cambiante. Sorprende que no se sirva de imagen o noción alguna para criticar al relativismo. Frente a ambos Ortega propone una doctrina intermedia. El sujeto humano actúa ante la realidad como si fuera un cedazo o retícula, que solo deja pasar lo que de aquella se ajuste a las medidas de ese cedazo o retícula, que son sus propias capacidades. Este sujeto-retícula es muy diferente del ente racional fabricado por el racionalismo, que pretende captar la totalidad de lo real. También es muy diferente del sujeto que defiende el relativismo (aquí vuelve a faltar una noción precisa que lo defina), porque no se inventa la realidad, no convierte la realidad en una ilusión fabricada por él mismo. Entre los elementos que selecciona no solo están las verdades, como podríamos supones, sino también los fenómenos y los hechos. Son las capacidades del sujeto las que permiten que las cosas que componen la realidad puedan convertirse en fenómenos o hechos dignos de tenerse en cuenta.

Para ilustrar esta nueva concepción del sujeto, Ortega recurre a la teoría psicofisiológica de los umbrales sensoriales. Todos nuestros sentidos tienen un umbral máximo y un umbral mínimo, por encima o por debajo del cual es imposible la sensación. La vista sólo reacciona ante estímulos situados entre los rayos infrarrojos y los rayos ultravioletas, o sea, está limitada a la gama de colores del arco iris. Lo mismo sucede con los sonidos. El oído sólo es sensible a vibraciones de entre 20 y 20.000 ciclos por segundo. Gran parte de esas ondas electromagnéticas quedan fuera de nuestra sensación, pero las que caen dentro de los umbrales son tan reales como las que están situadas más allá. Ortega no extiende la comparación psicológica mas allá, porque ello le obligaría a precisar el concepto de realidad e introducir distinciones que ahora, por afán de claridad, no considera conveniente hacer. Los hará más adelante. Pero es importante destacar que ese abanico de estímulos que consigue penetrar en el sujeto no forma un conjunto caótico, sino una estructura con sentido. Y sólo así el sujeto sabe de ellos.

2.- Justificación desde la posición filosófica del autor.





miércoles, 6 de mayo de 2015

Comentario de Ortega. Texto 2º.





Comentario de un texto de Ortega (II).

“La tradición moderna nos ofrece dos maneras opuestas de hacer frente a la antinomia entre vida y cultura. Una de ellas, el racionalismo, para salvar la cultura niega todo sentido a la vida. La otra, el relativismo, ensaya la operación inversa: desvanecer el valor objetivo de la cultura para dejar paso a la vida. Ambas soluciones, que a las generaciones anteriores parecían insuficientes, no encuentran eco en nuestra sensibilidad. Una y otra viven a costa de cegueras complementarias. Como nuestro tiempo no padece esas obnubilaciones, como se ve con toda claridad el sentido de ambas potencias litigantes, ni se aviene a aceptar que la verdad, que la justicia, que la belleza no existen, ni a olvidarse de que para existir necesitan el soporte de la vitalidad.”. (“La doctrina del punto de vista”. El tema de nuestro tiempo).

1.- Contexto histórico-cultural y filosófico (2 puntos)
2.- Comentario de texto (5 puntos):
            a) Analice las expresiones subrayadas (1,5 punto).
            b) Exponga la temática del texto (1,5 puntos).
            c) Justifique el tema del texto desde la posición filosófica del autor (2 puntos).


b) Exponga la temática del texto:

En este fragmento, perteneciente a la obra “El tema de nuestro tiempo” (1923), y más en concreto al capítulo “La doctrina del punto de vista”, Ortega expone que los dos planteamientos que en la modernidad han tratado las relaciones o “antinomia” entre vida y cultura, racionalismo (el culturalismo es una consecuencia suya) y el relativismo (el vitalismo nietzscheano desemboca en el relativismo), se han mostrado insuficientes y equívocos, ninguno de ellos aporta una visión completa de la realidad.

El racionalismo (o idealismo) trata las realidades (cuerpos o no) como si fuesen ideas, conceptos. Cae en la misma equivocación que el realismo: tratar las cosas o las ideas como identidades, es decir, como naturalezas, perennemente constituidas. Cuando el racionalismo se ve obligado a reconocer que una cosa existe porque depende de mí (dependencia del sujeto, que, junto a la tesis de la supremacía de la conciencia, hace del idealismo un subjetivismo), añade un razonamiento de corte realista: su realidad es algo  independiente. Pero ahora lo independiente es mi pensamiento, el sujeto pensante cartesiano, que además se interpreta como res cogitans, como una cosa que piensa. Es decir, el idealismo mantiene además la tesis realista al interpretar la conciencia y el yo como una cosa, todo lo importante que se quiera, pero cosa. Pero el ser humano no es una cosa; y también es falso hablar de la “naturaleza humana” como hace el realismo, por lo que la razón realista (un conocimiento basado en magnitudes físico-matemáticas) nada tiene que decir sobre el ser humano. La vida humana no es una cosa, y por eso, no tiene naturaleza, sino que tiene historia.

Por otro lado, el relativismo sostiene que el sujeto presenta una visión deformada de la realidad. Pero el ser viviente, el sujeto, ni es un medio transparente, un yo “puro” y aislado ni deforma la realidad cuando la percibe, sino que selecciona entre la realidad que le circunda aquellas cosas que puede captar. La relacionalidad de la naturaleza con respecto a intelecto no tiene realidad, a su vez, considerado aparte (error de todo idealismo), salvo funcionando en una vida humana. Tanto la naturaleza como el intelecto son relativizados por la única realidad radical, que es la misma vida humana. La realidad radical no es la conciencia, el sujeto, como creía el idealista o racionalista en contra del realista, sino la vida, que incluye, además del sujeto, el mundo.

2.- Justificación desde la posición filosófica del autor.


La realidad radical es, pues, nuestra vida, la de cada uno en particular. El pensamiento es un fragmento de un sujeto determinado que, sencillamente, vive. El ser definitivo del mundo no es materia ni alma, sino una perspectiva. La perspectiva es una condición gnoseológica de lo real, puesto que la estructura de la realidad sólo se nos presenta desde distintos puntos de vista que, a su vez, necesitan integrarse en múltiples, caras o facetas. La perspectiva, a pesar de ser única e intransferible, no aspira en modo alguno a absolutizar el mundo, sino que, como sabe que el mundo es precisamente una pluralidad de perspectivas, sólo se considera un punto de vista más.

La única forma de acercarse a la realidad del mundo será multiplicando los puntos de vista y asumiendo esa irreductible multiplicidad. Pero la perspectiva, tomada así, abstractamente, sería tan absurda como el planteamiento idealista sobre el ser, al que Ortega ha sometido a crítica como ha quedado explicado en el tema del texto. La perspectiva se encuentra emparentada con una determinada circunstancia, que no es más que nuestra propia situación en el mundo, lo que nos limita. No se trata de una circunstancia biológica, sino humana y, sobre todo, histórica. Ortega afirma que somos esencialmente circunstanciales.

Pero junto a la circunstancia y la perspectiva aparece otra realidad irrefutable: el yo. El yo no es un ingrediente más de la circunstancia, sino que dentro de ella actúo y elaboro mi proyecto humano. La circunstancia por sí sola no es nada, solo adquiere consistencia y radicalidad cuando la emparentamos con el sujeto que la vive. Es el personaje el que confiere carácter de mundo a lo que, sin él, no sería otra cosa que naturaleza. Mi vida es la realidad radical.

De la realidad radical que es la vida forma parte de un modo esencial no solo el yo, el sujeto, sino también, y no menos esencialmente, el mundo. Esa co-existencia y co-pertenencia entre yo y mundo, entre yo y circunstancia, la expresa Ortega con su tesis “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”.

Si la vida es la nueva realidad radical, Ortega se propone buscar los conceptos o categorías (no sirven los de la filosofía tradicional) que describan el vivir en su exclusiva peculiaridad. Así, todo vivir es vivirse, sentirse vivir, saberse existiendo. Significa esa singular presencia que la vida de cada uno tiene para sí misma. Vivir es encontrarse en el mundo; ocupados en algo, pues vivir es convivir con una circunstancia. Ocupado en algo para algo; por tanto, para una finalidad. Vida es anticipación y proyecto, dentro de una circunstancia, que ofrece posibilidades (libertad) y que nos limita. Por último, la temporeidad: la sustancia de la vida es el tiempo, el cambio. Y esa consistencia temporal de la realidad humana nos obliga a desnaturalizar los conceptos referentes a la vida humana para someterlos a una radical historización. Toda noción referente a la vida humana es función del tiempo histórico.

Ortega no va contra la razón, sino, como vemos en el texto que comentamos, contra el racionalismo, y no por lo que tiene de razón, sino por sus separación y abstracción de la experiencia de la vida y de la historia. Esta irracionalidad desaparece si radicamos esa razón pura en la razón vital. Por eso la actitud filosófica de Ortega se denomina raciovitalismo. Pero esta razón vital aparece realizada en la vida del ser humano; se concretiza, por tanto, en razón histórica. Pero no se trata de dos razones distintas, sino que la razón vital –en su exigencia de explicar la vida del individuo y de los pueblos y naciones- es, a la vez, razón histórica, porque la vida es temporeidad y, en consecuencia, comprende la realidad en su devenir.

Desde el ángulo de la razón histórica, el ser humano se da cuenta que es un proyecto inacabable, comprende que la vida es ir descubriendo nuevos horizontes. Por ello, la óptica de la razón histórica ha de ser móvil, como la realidad que trata de aprehender. Esto se logra viviendo y reviviendo continuamente esa realidad, esto es, siendo una razón viviente.

jueves, 30 de abril de 2015

Comentario de Ortega. Texto 1º.


Comentario de un texto de Ortega (1).

Contraponer la cultura a la vida y reclamar para ésta la plenitud de sus derechos frente a aquélla no es hacer profesión de fe anticultural. Si se interpreta así lo dicho anteriormente, se practica una perfecta tergiversación. Quedan intactos los valores de la cultura; únicamente se niega su exclusivismo. Durante siglos se viene hablando exclusivamente de la necesidad que la vida tiene de la cultura. Sin desvirtuar lo más mínimo esta necesidad, se sostiene aquí que la cultura no necesita menos de la vida. Ambos poderes -el inmanente de lo biológico y el trascendente de la cultura- quedan de esta suerte cara a cara, con iguales títulos, sin supeditación del uno al otro. Este trato leal de ambos permite plantear de una manera clara el problema de sus relaciones y preparar una síntesis más franca y sólida. Por consiguiente, lo dicho hasta aquí es sólo preparación para esa síntesis en que culturalismo y vitalismo, al fundirse, desaparecen.


1.- Contexto histórico-cultural y filosófico (2 puntos)
2.- Comentario de texto (5 puntos):
            a) Analice las expresiones subrayadas (1,5 punto).
            b) Exponga la temática del texto (1,5 puntos).
            c) Justifique el tema del texto desde la posición filosófica del autor (2 puntos).


b) Exponga la temática del texto:

En este fragmento, perteneciente a la obra “El tema de nuestro tiempo” (1923), y más en concreto al capítulo “La doctrina del punto de vista”, Ortega anuncia lo que constituye el tema de nuestro tiempo: conciliar la razón, la cultura y la vida.

En efecto, el pensamiento europeo se ha caracterizado por establecer una contraposición ficticia entre cultura y vida, entre el carácter construido de las expresiones culturales (artísticas, jurídicas, científicas, filosóficas, etc.), y la espontaneidad de nuestra vida, concreta y particular, como si fueran dos elementos absolutamente opuestos, optando por la cultura y menospreciando o infravalorando la vida.

La crítica al culturalismo ya había sido expuesta por Nietzsche, quien se quejaba de que la cultura del intelecto abstracto, desde Sócrates, había suplantado a los instintos de la vida. Ortega tampoco está de acuerdo con esta postura, porque cultura y vida se necesitan mutuamente. No hay cultura sin vida y no hay vida sin cultura. La cultura surgida de una necesidad vital y la vida, entendida no meramente en sentido orgánico, se expresa necesariamente a través de la cultura. La vida resalta el aspecto inmanente de la acción humana, en cuanto que todo lo que hacemos forma parte de nosotros mismos; la cultura resalta el aspecto trascendente, dado que las creaciones culturales superan la esfera individual de la vida de cada uno y se generalizan, transmitiéndose al resto de la sociedad y de una época a otra. Por tanto, las posturas extremas de defensa a ultranza de uno de los dos elementos opuestos, la cultura en el culturalismo o la vida en el vitalismo, pierden su sentido dentro de un planteamiento más correcto, que integra a ambas en un plano de igualdad. En esta síntesis, culturalismo y vitalismo desaparecen.


c).- Justificación desde la posición filosófica del autor.

La antinomia o contraposición entre vida y cultura habían sido planteadas por el racionalismo, que niega la vida, y por el relativismo, que niega el valor objetivo de la cultura. Para Ortega, estas posiciones no son admisibles: el racionalismo (que cae en la misma equivocación que el realismo) trata las ideas como identidades, es decir, como naturalezas, perennemente constituidas, como cosas. Cuando el racionalismo se ve obligado a reconocer que una cosa existe porque depende de mí (dependencia del sujeto, que, junto a la tesis de la supremacía de la conciencia, hace del idealismo un subjetivismo), añade un razonamiento de corte realista: su realidad es algo  independiente. Pero ahora lo independiente es mi pensamiento, el sujeto pensante cartesiano, que además se interpreta como res cogitans, como una cosa que piensa. Es decir, el idealismo mantiene la tesis realista al interpretar la conciencia y el yo como una cosa, todo lo importante que se quiera, pero cosa. También es falso hablar de la “naturaleza humana” como hace el realismo. La razón realista (un conocimiento basado en magnitudes físico-matemáticas) nada tiene que decir sobre el ser humano, porque la vida humana no es una cosa, y por eso, no tiene naturaleza, sino que tiene historia.

Por otro lado, el relativismo sostiene que el sujeto presenta una visión deformada de la realidad. Pero el ser viviente, el sujeto, ni es un medio transparente, un yo “puro” y aislado ni deforma la realidad cuando la percibe, sino que selecciona entre la realidad que le circunda aquellas cosas que puede captar. La relacionalidad de la naturaleza con respecto a intelecto no tiene realidad, a su vez, considerado aparte (error de todo idealismo), salvo funcionando en una vida humana. Tanto la naturaleza como el intelecto son relativizados por la única realidad radical, que es la misma vida humana. La realidad radical no es la conciencia, el sujeto, como creía el idealista o racionalista en contra del realista, sino la vida, que incluye, además del sujeto, el mundo.

La realidad radical es, pues, nuestra vida, la de cada uno en particular. El pensamiento es un fragmento de un sujeto determinado que, sencillamente, vive. El ser definitivo del mundo no es materia ni alma, sino una perspectiva. La perspectiva es una condición gnoseológica de lo real, puesto que la estructura de la realidad sólo se nos presenta desde distintos puntos de vista que, a su vez, necesitan integrarse en múltiples, caras o facetas. La perspectiva, a pesar de ser única e intransferible, no aspira en modo alguno a absolutizar el mundo, sino que, como sabe que el mundo es precisamente una pluralidad de perspectivas, sólo se considera un punto de vista más.

La única forma de acercarse a la realidad del mundo será multiplicando los puntos de vista y asumiendo esa irreductible multiplicidad. Pero la perspectiva, tomada así, abstractamente, sería tan absurda como el planteamiento idealista sobre el ser. La perspectiva se encuentra emparentada con una determinada circunstancia, que no es más que nuestra propia situación en el mundo, lo que nos limita. No se trata de una circunstancia biológica, sino humana y, sobre todo, histórica. Por eso, ninguna época o pueblo puede pretender poseer la verdad entera, la verdad absoluta. Como en cada perspectiva hay un trozo de verdad, esa verdad tiene que complementarse con otra u otras que no lleva a una unificación progresiva complementariedad. En eso consiste la “omnímoda” verdad, que solo podemos alcanzar paulatinamente a través de la historia.

Pero junto a la circunstancia y la perspectiva aparece otra realidad irrefutable: el yo. El yo no es un ingrediente más de la circunstancia, sino que dentro de ella actúo y elaboro mi proyecto humano. La circunstancia por sí sola no es nada, solo adquiere consistencia y radicalidad cuando la emparentamos con el sujeto que la vive. Es el personaje el que confiere carácter de mundo a lo que, sin él, no sería otra cosa que naturaleza. Mi vida es la realidad radical.

De la realidad radical que es la vida forma parte de un modo esencial no solo el yo, el sujeto, sino también, y no menos esencialmente, el mundo. Esa co-existencia y co-pertenencia entre yo y mundo, entre yo y circunstancia, la expresa Ortega con su tesis “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”.

Si la vida es la nueva realidad radical, Ortega se propone buscar los conceptos o categorías (no sirven los de la filosofía tradicional) que describan el vivir en su exclusiva peculiaridad. Así, todo vivir es vivirse, sentirse vivir, saberse existiendo. Significa esa singular presencia que la vida de cada uno tiene para sí misma. Vivir es encontrarse en el mundo; ocupados en algo, pues vivir es convivir con una circunstancia. Ocupado en algo para algo; por tanto, para una finalidad. Vida es anticipación y proyecto, dentro de una circunstancia, que ofrece posibilidades (libertad) y que nos limita. Por último, la temporeidad: la sustancia de la vida es el tiempo, el cambio. Y esa consistencia temporal de la realidad humana nos obliga a desnaturalizar los conceptos referentes a la vida humana para someterlos a una radical historización. Toda noción referente a la vida humana es función del tiempo histórico.

Ortega no va contra la razón, sino, contra el racionalismo, y no por lo que tiene de razón, sino por su separación y abstracción de la experiencia de la vida y de la historia, como sostiene en el texto refiriéndose a la cultura (consecuencia del racionalismo). Esta irracionalidad desaparece si radicamos esa razón pura en la razón vital. Por eso la actitud filosófica de Ortega se denomina raciovitalismo. Pero esta razón vital aparece realizada en la vida del ser humano; se concretiza, por tanto, en razón histórica. Pero no se trata de dos razones distintas, sino que la razón vital –en su exigencia de explicar la vida del individuo y de los pueblos y naciones- es, a la vez, razón histórica, porque la vida es temporeidad y, en consecuencia, comprende la realidad en su devenir.

Desde el ángulo de la razón histórica, el ser humano se da cuenta que es un proyecto inacabable, comprende que la vida es ir descubriendo nuevos horizontes. Por ello, la óptica de la razón histórica ha de ser móvil, como la realidad que trata de aprehender. Esto se logra viviendo y reviviendo continuamente esa realidad, esto es, siendo una razón viviente.